Los cuidados cotidianos en el niño son fundamentales para su seguridad afectiva
El bebé vive la mayoría de sus experiencias sociales durante el cuidado
cotidiano, es decir, mientras le alimentan, le bañan, le cambian los pañales o
la ropita. Durante el tiempo que duran los cuidados la persona adulta tiene la
oportunidad de cuidar del bebé de una forma más personal. Naturalmente, también
es importante en estas situaciones el aprendizaje autónomo por parte del niño
del vestirse y desvestirse, comer o lavarse las manos.
El bebé aprende, durante los cuidados y en relación a la satisfacción de sus
necesidades, a conocerse a sí mismo así como a la cuidadora o a sus padres.
Al principio el bebé vive sus necesidades corporales en forma de tensiones
inseguras y desagradables. El bebé todavía no "sabe" que lo que tiene
es hambre, sed, que tiene frío o calor y tampoco, que algo le duele. Es la
persona adulta que lo cuida quién le libera de todas estas sensaciones
desagradables.
El niño pues, no es un mero objeto durante el cuidado, sino un participante
activo. Esta participación no es exigida por la persona adulta, sino que ésta
la facilita y anima al niño. El niño que mantiene una buena relación con su
cuidadora toma parte en las posibilidades que se le ofrecen y se vuelve de esta
manera más independiente.
Se habla a menudo de la importancia de las sensaciones táctiles y del contacto
a través de la piel entre el bebé y el adulto para el desarrollo emocional. Si
durante el cuidado los movimientos de la mano no son cuidadosos y empáticos,
sino insensibles, indiferentes, mecánicos, rutinarios y presurosos el niño
siente molestia, en lugar de alegría y felicidad en el contacto corporal.
Entonces el cuidado no es motivo de alegría, sino un mero acontecimiento
diario, que se repite y es tolerado.
Solamente un cuidado empático cumple
realmente una parte de la labor educativa, mientras que un cuidado impersonal,
técnico, obstaculiza un desarrollo sano de la personalidad del niño. El bebe posee un gran potencial en su actividad espontánea, su
concentración, la insistencia para lograr un objetivo propuesto por sí mismo,
flexibilidad y variedad en sus movimientos, autonomía y la alegría que produce
el sentimiento de competencia al realizar un movimiento por sí mismo.
Pero para que esta actividad
espontánea surja en el bebé es necesario que el adulto proporcione las
condiciones adecuadas, esto significa un espacio seguro y suficientemente
amplio para que él pueda desplazarse, respeto por sus tiempos particulares y
autonomía.
El día a día en la vida cotidiana de un niño pequeño, está colmado de
detalles: Bañarlo, mudarlo, vestirlo, darle de comer, tomarlo en brazos para
transportarlo de un lugar a otro, etc. Todos estos son momentos de una relación
muy íntima entre la mamá y el bebé o niño pequeño, ya que está cuerpo a cuerpo
con su hijo. Por lo que es de gran importancia que nos detengamos en el cómo
de cada una de estas actividades que se pueden volver totalmente mecánicas y
rutinarias si no estamos atentos y disponibles a la comunicación con el niño.
Las primeras formas de comunicación con un niño pequeño es la mirada, el tono
de nuestra voz, la manera de sostenerlo en nuestros brazos, como lo manipulamos
al mudarlo o vestirlo ya que en todas estas acciones lo primero que siente el
niño es nuestra actitud al hacerlas.
Si todas estas situaciones de cuidados cotidianos las realizamos con
delicadeza, sin apuros, con una mirada atenta a los intereses del niño para
responder a sus preguntas y a sus iniciativas con nuestros gestos o palabras,
si disfrutamos de cada momento y estamos muy presentes, estaremos construyendo una base muy sólida en su seguridad afectiva y por lo tanto personal, luego en su capacidad de estar solo y ser autónomo en situaciones de juego y exploración ya que tendrá muy integrada en él la presencia afectiva del adulto, padre, madre o persona significativa que lo cuida.
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